La corrupción como sistema 2012-06-06 17:56:00
Artículo originalmente publicado en Debate 112 (diciembre 2000 - enero 2001)
NELSON MANRIQUE
Historiador, profesor universitario
Hacer el balance de un régimen pretendiendo objetividad cuando todavía las circunstancias que provocaron su caída están frescas es imposible, más aún cuando no se dispone de la información necesaria. Pasarán años antes de que se pueda disponer de datos que, en cualquier país democrático, deberían estar al alcance de todo ciudadano, y mucho de lo sucedido durante este período posiblemente no se sabrá nunca. Reconociendo estas limitaciones, trataré de hacer un balance.
Es justo reconocerle al gobierno del ingeniero Fujimori logros en la firma del tratado de paz con Ecuador –en mi opinión, su mayor mérito–, en la pacificación y en el control de la hiperinflación. Es unilateral, sin embargo, olvidarse de los costos involucrados, desde la violación de los derechos humanos de gente inocente, la utilización del aparato represivo en operaciones delincuenciales –por ejemplo, en la protección y el ejercicio del narcotráfico–, hasta la pauperización de la mayoría. La construcción de infraestructura vial y de servicios –algo positivo desde el punto de vista de satisfacer demandas de la población– estuvo pervertida en su finalidad debido a su uso como mecanismo de clientelización política. De allí que esta inversión no se dirigiera a fomentar el desarrollo.
El resultado está a la vista: según datos del INEI, en 1998, más de 9 millones de peruanos dependían de la ayuda alimentaria del Estado; sin duda, esta cantidad debe de haber aumentado en la reciente coyuntura electoral. La política social del régimen consistió, en buena medida, en producir miseria social para cosechar mendigos agradecidos.
Las cifras entregadas por el ex ministro Boloña acerca del uso de los recursos generados por la privatización de las empresas estatales muestran que buena cantidad de esos ingresos fue gastada en esta peculiar forma de filantropía. En lugar de crear empleos que permitieran a quienes padecen miseria ganar un salario decente –que hubiera afirmado su autoestima personal y su independencia–, al régimen le resultaba más rentable regalar alimentos. En el acto de compraventa de la conciencia de Beto Kouri, el ex asesor Montesinos le explicó en forma transparente los beneficios de esta opción: invierte en los comedores populares y tendrás un mercado cautivo de un millón de votos. La factura deberemos pagarla los peruanos durante las próximas décadas. Se gastaron los recursos, no se invirtió. Nada de ello queda.
El régimen de Fujimori pasará a la historia no tanto por la magnitud –de por sí mayúscula– de la corrupción imperante, sino por haberla constituido en un sistema de gobierno. En los regímenes anteriores hubo escándalos, vinculados con el manejo de la cosa pública, que involucraron a funcionarios estatales. El sentido común que capitalizó el ingeniero Fujimori, ese que ve en la política un quehacer vil y que considera que esperar honradez de un político es pedirle peras al olmo, es alimentado por este triste récord. Pero no encuentro en nuestra historia ningún antecedente de que la corrupción se convirtiera en el eje de la política de gobierno.
En la constitución de la inmensa red de complicidades que sustentaba al régimen, el mayor mérito lo tiene –qué duda cabe– el ex capitán Vladimiro Montesinos. Los conocimientos que acumuló durante la década del ochenta como abogado de narcotraficantes y asesor de un fiscal supremo y de jefes de los servicios de inteligencia, así como sus conexiones con los servicios secretos norteamericanos, fueron puestos al servicio de la formación de un aparato de control social y político de sobrecogedora sofisticación.
El objetivo último fue expropiar el poder a las instituciones encargadas de ejercerlo, desde el Ministerio Público hasta las Fuerzas Armadas, para concentrarlo en manos del presidente y de su asesor. Eliminada la separación de poderes y el sistema de contrapesos que sustenta a toda democracia, controlada la prensa por una mezcla de sobornos con chantajes, quedó expedito el camino para el saqueo del tesoro público. El resto lo hizo la combinación del pragmatismo –que elogiaba la eficiencia divorciada de la ética– y la participación de muchos en el festín de las finanzas públicas. Finalmente, la reacción ciudadana puso término a la fiesta. La fuga del presidente y su renuncia desde Tokio constituyen el epílogo adecuado de su régimen.
La primera impunidad abrió el camino para todo lo que vino después. ¿Habremos aprendido la lección?
A sola firma 2012-01-26 12:24:05
Dicen que la firma cuesta una galleta, otros señalan un polo o lapicero. Los firmantes no saben, muchas veces, si lo hacen por un partido o una revocatoria o por ser parte de los beneficiados fonavistas. Resulta claro que conseguir firmas es algo más que el encuentro entre una organización de voluntarios y ciudadanos desconfiados o a la caza de ventajas para estampar su preciada firma. Es, a todas luces, un parto doloroso.
Lo cierto es que las firmas han estado presentes en nuestra vitrina política, no sobre ese supuesto esfuerzo colectivo, sino por las denuncias sobre la falsificación de firmas, como ocurrió a fines de siglo, para el caso del grupo fujimorista Perú al 2000 y, posteriormente, Perú Posible. Ahora último, el Ministerio Público ha anunciado que denunciará al Movadef por supuesta falsificación de firmas.
300 sospechosos de haber incurrido en voto ?golondrino? y aprueba padrón electoral para elecciones regionales y municipales
¿Qué noticias del congresista Kenji Fujimori?
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